
Afirmar la vida es mucho más que simplemente vivir. La importancia de darle forma ayudará a calmar ansiedades y aliviar estrés. Este último par actualmente provoca mucha tragedia a nivel global.
Este tema es fundamental hoy más que nunca, por varios motivos. La pérdida de sentido para llenarse de vacío tecnológico y material es un hecho. El suicidio, algo nada agradable de hablar pero necesario, es protagonista muchas veces de una vida vacía y ausente. Cada vez persiste la necesidad y voluntad de reafirmarnos una y otra vez, no importa lo que nos suceda.
El suicidio sigue siendo un problema hoy para afirmar la vida
Cada año, más de 720,000 personas mueren por suicidio en el mundo. Es la tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años. Cerca del 73 % de los casos ocurre en países de ingresos bajos y medios, lo cual dice mucho. Aunque las cifras globales han mostrado cierta disminución desde el año 2000, el problema sigue siendo grave. El Reino Unido, en 2023, registró 7,055 suicidios, la cifra más alta desde 1999. Como este país, hay varios que mantienen una leve tendencia al alza.
A esta realidad se suma un contexto de creciente ansiedad y estrés. En la generación Z (18–24 años), la tasa de depresión alcanzó el 12 % en 2022, frente al 8 % en adultos de 25 a 64 años. El fenómeno no es solo clínico, sino social.
Vivimos en una “economía del activo” donde todo —la imagen, el futuro, el consumo— se valora como capital. Se genera una presión constante que erosiona la salud mental. La competencia omnipresente, alimentada por un “capitalismo” interiorizado, convierte muchas relaciones en espacios de comparación en lugar de apoyo, lo que incrementa la ansiedad social.
En medio de este panorama, el mercantilismo y la tecnología han profundizado un vacío de sentido. El valor del ser queda subordinado al tener y al rendimiento. Entonces, se desplazan las preguntas por el propósito hacia la lógica de la productividad y la apariencia.
Esta fragilidad existencial, aunque difícil de medir, se refleja en crisis personales, ambiciones desmedidas y un agotamiento emocional que, en algunos casos, desemboca en la idea de que la vida ha perdido todo valor.
En este contexto, hablar del suicidio y de la afirmación de la vida no es solo un debate filosófico, sino una necesidad urgente para enfrentar la pérdida de significado que atraviesa a nuestra sociedad.
Entender el suicidio para afirmar la vida
Cuando hablamos de “lo contrario” al suicidio, no basta con decir que es “no morir” o “seguir respirando”. En el plano existencial, el suicidio es una negación activa de la vida —un acto mediante el cual la persona decide que la existencia ya no merece ser continuada—.
Su opuesto, por tanto, no es pasividad, sino un sí consciente a la vida, incluso cuando esta se presenta como absurda, incierta o dolorosa.
1. Afirmar la vida: Camus y la rebelión ante el absurdo
Para Albert Camus, novelista excepcional y gran teórico, la vida carece de sentido objetivo. Una manera de verlo es que el ser humano ansía significado, pero el universo no lo ofrece. El suicidio es rendirse ante esa contradicción.
La rebelión en cambio consiste en vivir plenamente a pesar del absurdo, disfrutando de la experiencia misma. Esto se contempla en Sísifo —a quien le sirvió de inspiración al propio Camus— empujando eternamente su roca, pero encontrando satisfacción en el acto mismo, no en llegar a la cima. Tan simple como disfrutar el proceso independientemente de si se consigue el premio.
No es sencillo, no se disciplina o condiciona este actuar de la noche a la mañana, pero es recomendable. Incluso en momentos donde el acto de sentir o desafiar pareciera contraproducente. Intentar vivir a pesar de todo siempre es celebrable.
2. Afirmar la vida: Frankl y la búsqueda de sentido
Incluso en las peores condiciones, la vida puede tener un propósito. La idea del suicidio surge cuando la persona siente que ya no existe un “porqué” para vivir. Si no hay propósito, no queda nada.
Descubrir o crear un propósito, aunque sea pequeño y personal, que haga que la vida merezca el esfuerzo, ayuda a mantener algo de esperanza. No siempre podemos cambiar las circunstancias, pero sí nuestra actitud ante ellas.
Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente de los campos de concentración nazis, desarrolló la logoterapia a partir de una convicción nacida en medio del horror: el ser humano puede soportar casi cualquier circunstancia si encuentra un sentido para vivir.
En un mundo que a menudo ofrece confort pero carece de dirección, su mensaje sigue siendo urgente: el sentido no se inventa en abstracto, se descubre respondiendo a las demandas concretas de la vida, y esa búsqueda, más que cualquier otra cosa, es lo que nos mantiene verdaderamente vivos.
3. Kierkegaard y la fe en la existencia auténtica
Søren Kierkegaard, considerado el padre del existencialismo, veía la vida como un viaje profundamente personal hacia lo que él llamaba existencia auténtica. La autenticidad exige, según Kierkegaard, una confrontación radical con uno mismo, un reconocimiento de la propia libertad y responsabilidad.
La existencia auténtica no es cómoda: implica angustia, porque elegir de verdad significa renunciar a las seguridades de lo común. Sin embargo, esa angustia es también la puerta a la libertad, el precio que se paga por vivir con verdad, fe y sentido propio.
Pareciera complejo pero en resumidas cuentas, dar sentido a la vida puede entenderse de la siguiente manera: elegir vivir es, en sí mismo, un acto de fe.
4. Sartre y la responsabilidad radical
Para el escritor francés, el ser humano está condenado a ser libre. Siempre estamos eligiendo, incluso cuando no actuamos. El suicidio es una elección que renuncia a toda posibilidad futura. En el eje contrario, dar sentido a la vida ofrece la posibilidad de múltiples futuros. Eso, para Sartre, es la condición real de libertad en la raza humana.
Elegir siempre es inevitable, incluso cuando “no elegimos”: la omisión también es una elección. Y cada elección no solo nos define a nosotros, sino que, al proyectar un modelo de lo que consideramos valioso, contribuye a definir lo humano para los demás.
Esta responsabilidad radical implica que somos autores y responsables de nuestra vida en su totalidad, con todas las consecuencias, sin excusas. En su visión, la libertad no es un privilegio cómodo, sino una tarea ineludible: estamos “condenados a ser libres”, y esa condena es, al mismo tiempo, la oportunidad de crear una existencia propia y digna, sin más justificación que la que sepamos darle nosotros mismos.
Afirmar la vida se hace cada vez más necesario en estos tiempos
Afirmar la vida es un arte y una responsabilidad. Implica resistir la tentación de abandonar cuando el dolor parece invencible, y transformar esa misma experiencia en un motor para vivir con más verdad.
Significa entender que, aunque no siempre podamos elegir las circunstancias, siempre podemos elegir cómo responder. La búsqueda de sentido es una urgencia vital. Es, en última instancia, lo que puede salvarnos —no de la muerte, que es inevitable—, sino del peor de los peligros: vivir sin saber por qué.
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Excelentes artículo, hoy en día entre tanto contenido censurado por “sensible”, se dejan de lado temas como este. ¡Disfruté mucho la reflexión!