Guillermo del Toro y su Frankenstein: la película de 2025

Guillermo del Toro Frankenstein

Guillermo del Toro realizó quizás la mejor versión de Frankenstein, integrado en el imaginario colectivo muy lejano al sentido que le dio su creadora Mary Shelley. Hollywood se encargó de “embrutecer” esta figura creando un monstruo de cabeza cuadrada, tornillos, gruñidos, y con mucha torpeza. Ese monstruo icónico casi borró al personaje que realmente escribió Shelley. Del Toro rescata a esa criatura articulada, inteligente, filosófica y profundamente herida que la escritora dio a luz.

Guillermo del Toro recrea el verdadero Frankenstein

Guillermo del Toro Frankenstein

La versión estrenada en 2025 con un larguísimo aplauso en Venecia (13–15 minutos de ovación según crónicas de festival), llega precisamente para corregir el desvío y restituir al monstruo su condición de sujeto trágico.

Del Toro lleva décadas obsesionado con esta historia. Mencionó en el pasado que ha vivido con la criatura “toda su vida” y que el libro de Shelley es “su Biblia”, una especie de religión personal que se mezcla con su educación católica y su fascinación por los márgenes y los monstruos.

Esa obsesión previa se nota, pero lo interesante es que la película funciona más allá de la biografía del director al sostenerse como una lectura moderna de Frankenstein que recupera la densidad filosófica del original y la envuelve en un dispositivo visual gótico y romántico muy trabajado.

Guillermo del Toro vive su proyecto soñado

Frankenstein (2025) es una producción de alto presupuesto (unos 120 millones de dólares), rodada con fotografía de Dan Laustsen y música de Alexandre Desplat, y distribuida por Netflix con un estreno limitado en salas e incluso pases en IMAX antes de llegar a la plataforma.

Del Toro había estado persiguiendo esta adaptación durante más de 25 años; llegó a decir que Frankenstein era “la cima de todo” en su imaginario, el proyecto que lo intimidaba porque, una vez hecho, ya no podría seguir soñándolo.

Netflix finalmente reactiva el proyecto y le permite construir un mundo completo, con rodajes en Toronto y localizaciones europeas que dan a la película una textura física, tangible, lejos del CGI genérico.

En paralelo, varios medios la colocan de inmediato dentro del canon de adaptaciones relevantes de Frankenstein, subrayando que se trata de una reinterpretación apasionada e informada por décadas de admiración por la novela.

La criatura de Shelley recuperada: del icono pop al sujeto trágico

Guillermo del Toro Frankenstein

En la novela de 1818, la criatura aprende a leer, reflexiona sobre moral, justicia y sociedad, experimenta un dolor consciente por el rechazo, desarrolla una lucidez amarga sobre su propia existencia.

El cine clásico, sobre todo la versión de James Whale con Boris Karloff (1931), impuso otra lectura, bastante grotesca. Se vivenció un ser casi mudo, torpe, infantilizado, cuya tragedia se reduce al maltrato y a la incomprensión, pero sin desplegar la dimensión filosófica original.

A partir de ahí, muchas películas repitieron el molde físico del monstruo antes que su complejidad. Algunas obras intentaron corregir el rumbo: el Frankenstein de Kenneth Branagh con Robert De Niro (1994) se acerca algo más a la humanidad de la criatura, y series como Penny Dreadful construyen figuras claramente deudoras de Shelley, pero en clave gótico-serial. Aun así, la mayor parte del público sigue asociando “Frankenstein” con la máscara de Karloff, no con la conciencia devastada de la novela.

Guillermo del Toro rompe el ciclo y se acerca al corazón de Frankenstein

La criatura vista en la actuación de Jacob Elordi es articulada, sensible, observadora. Comprende el mundo y comprende, sobre todo, que ha sido arrojada a ese mundo sin amor. No se presenta como un monstruo que “no sabe lo que hace”, sino como un sujeto que lee su propia condena.

Ahí yace de los puntos más fuertes de la película, precisamente, la adaptación deja de girar alrededor del efecto del monstruo sobre los demás y se centra en la experiencia interior del propio monstruo. En vez de un ente mudo, tenemos una conciencia trágica que piensa, sufre, reclama y formula preguntas incómodas para su creador.

Victor Frankenstein: creador culpable en vez de caricatura de científico loco

En paralelo, Del Toro le da a Oscar Isaac un Victor Frankenstein que se aleja de la figura del científico enloquecido por la ciencia por la ciencia misma.

Este Victor es brillante, sí, pero también egocéntrico, profundamente atravesado por la culpa, incapaz de sostener afectivamente la consecuencia de su experimento, atrapado entre una formación racional y un trasfondo emocional que nunca termina de reconciliar.

La película trabaja a Frankenstein como un personaje moralmente erosionado, lejos del villano plano a veces torpemente complejizado o el genio deudor con afecto paternal. Parte de su tragedia reside en su incapacidad para hacerse responsable de aquello que ha creado y la dualidad de sus emociones.

Padre e hijo: el núcleo emocional al que “apostó” Guillermo del Toro

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La verdadera fuerza dramática surge cuando las trayectorias de Isaac y Elordi se cruzan. Del Toro filma sus encuentros como si estuviera montando una obra de cámara con planos que sostienen el rostro de la criatura mientras intenta articular su deseo de ser visto. Se trabajan los silencios densos en los que Victor parece escuchar por primera vez lo que realmente ha hecho. Se resaltan las distancias físicas en el encuadre que traducen la imposibilidad de encuentro entre ambos. Más que una historia de horror, Frankenstein se convierte en un drama de filiación rota.

El conflicto se articula a partir del horror de un vínculo padre–hijo quebrado desde el origen: un hijo nacido para ser abandonado, un padre que carece del coraje moral para asumirlo.

Gótico, romanticismo y espacio: la puesta en escena como discurso en Frankenstein

Visualmente, la película se inscribe en lo que varias críticas llaman “romanticismo gótico”, una línea que conecta con trabajos previos de Del Toro como Crimson Peak y con referencias explícitas a Rebecca, Cumbres borrascosas o incluso el barroquismo de Drácula de Coppola.

La construcción del espacio y la atmósfera responde a una lógica clara:

Arquitectura opresiva y personajes diminutos_ Los escenarios —mansiones, pasillos, laboratorios, paisajes helados— se filman de forma que los personajes parecen siempre un poco más pequeños de lo que deberían.

El espacio se vuelve una fuerza que aplasta_ Victor se pierde entre columnas, escaleras y corredores que exceden sus proporciones; la criatura aparece aislada en parajes vacíos o habitaciones enormes donde la soledad se vuelve casi física. El mundo expulsa a la criatura visualmente.

El laboratorio como sala de culpa_ El laboratorio de Frankenstein no está diseñado como parque temático de “ciencia loca”. La escenografía lo convierte en un espacio frío, práctico, cargado de objetos que remiten simultáneamente a muerte y nacimiento.

Más que un altar a la ciencia, el laboratorio se percibe como el lugar donde la culpa adquiere forma material. Cada objeto recuerda que la vida ha sido arrancada y ensamblada fuera de cualquier marco afectivo como supuesta otroga el principio de lo antinatural.

Luz y sombra al servicio del conflicto moral_ La iluminación expresionista marca la diferencia. Victor suele estar asociado a zonas de penumbra, reflejos deformados, composiciones donde la luz apenas le recorta el rostro. La criatura recibe a menudo una luz lateral, más suave, que destaca su vulnerabilidad por encima de su amenaza. La imagen termina sugiriendo que el verdadero “oscuro” quizá no sea el monstruo, sino el humano que lo engendró.

Ritmo, silencio y música_ es una tragedia más que un “horror”. Del Toro ha insistido en que no concibe esta película como un film de terror sino como una historia “increíblemente emocional”. La puesta en escena respeta esa intención, con planos largos que permiten que los cuerpos y los diálogos respiren, ausencia de sobresaltos gratuitos, silencios que pesan tanto como los monólogos, un montaje que se alinea más con el drama psicológico que con el cine de susto.

La música de Alexandre Desplat_ el propio compositor la describe como una partitura lírica y emocional, más preocupada por el duelo y la melancolía. La experiencia del espectador se acerca más a la tragedia romántica. El miedo cede espacio al peso de la conciencia. Desde la melodía, el mundo se siente vacío, y es la propia música la que arropa a la criatura sin hogar.

El sol como bautismo emocional en el Frankenstein de Guillermo del Toro

Guillermo del Toro Frankenstein

En la visión de Del Toro, la luz pasa de elemento decorativo a convertirse en un símbolo vital. Desde su primera aparición, el sol funciona como la afirmación más pura de existencia. Es un llamado a sentir, a percibir, a comprender el mundo desde la belleza y no desde el miedo.

Cuando Victor guía a la criatura hacia la luz —“Sol. Luz. Mírala de frente. Luz del sol. El sol es… el sol es vida.”— está abandonando la objetividad científica para mostrarle sensibilidad a la criatura. Es uno de los momentos más sencillamente profundos en la conexión de ambos. Ese instante construye un bautismo emocional porque la criatura experimenta la tibieza del mundo antes de conocer su crueldad. Luego replicaría ese breve acto de “sentir” en otras escenas, como el legado más significativo de su creador, el mayor aprendizaje, el más sencillo, útil y natural.

La luz aquí opera como promesa y como paradoja; es lo único que Victor puede darle sin asumir ningún compromiso afectivo. El sol inaugura su conciencia, pero también subraya aquello que jamás recibirá de su creador: calor humano. En esa escena, Del Toro condensa el espíritu romántico del siglo XIX y convierte la iluminación en lenguaje moral.

Recepción de Frankenstein: éxito crítico, ovación y lectura desde el mundo latino

La película se estrenó en la competencia oficial de Venecia 2025 y recibió una ovación de pie que se extiendió entre 13 y 15 minutos, con Jacob Elordi y Oscar Isaac visiblemente emocionados, un gesto muy mediatizado que refuerza la idea de que el proyecto tiene un valor simbólico especial para su equipo.

Críticamente, el filme logra reseñas en general positivas, con elogios recurrentes al diseño de producción, la dirección de Del Toro y, sobre todo, a la interpretación de Elordi y Oscar.

En el ámbito latino, la recepción tiene una capa extra. Del Toro ya es visto como una figura de orgullo cultural —un creador mexicano que ha conquistado Hollywood sin abandonar su imaginario propio—, y Frankenstein se percibe en muchos sectores como la culminación de una trayectoria donde los monstruos marginales, las heridas de la infancia y la ética católica se reescriben en clave fantástica.

Que esta lectura del clásico europeo llegue “contada desde una mirada mexicana y católica”, como ha dicho Oscar Isaac al describir la película, refuerza esa lectura de apropiación simbólica. El propio Oscar es de padre cubano y madre guatemalteca, nacido en Ciudad de Guatemala. Se dijo que habló con Guillermo del Toro siempre en español dentro del set, y este tipo de historias se insertan en la comunidad latina casi con más peso que la película en sí.

Más allá de los números de visualización, el filme se instala como pieza de prestigio. Sin duda entra en listas de “mejores adaptaciones de Frankenstein” y alimenta debates sobre qué tan fiel puede ser el cine contemporáneo a un texto decimonónico sin renunciar a una estética propia.

¿Qué aporta esta versión de Guillermo del Toro al mito de Frankenstein?

Si se resume todo lo anterior, la aportación principal de Del Toro puede formularse en tres capas:

Restitución literaria

Recupera la criatura pensante, el conflicto ético del creador y el tono filosófico de Shelley en un contexto de producción grande, con alcance global. Más que citar al libro, intenta volver a su nervio moral.

Relectura visual contemporánea

Emplea el lenguaje del romanticismo gótico —espacios opresivos, luz expresionista, atmósferas melancólicas— para construir un mundo donde la monstruosidad se lee como metáfora de exclusión y desamparo.

Tragedia afectiva entre creador y creación

Sitúa la relación Victor–Criatura en el centro del dispositivo. El monstruo es un sujeto que devuelve la mirada y obliga al creador (y al espectador) a confrontar la responsabilidad de traer algo al mundo sin estar dispuesto a amarlo.

Frankenstein por Guillermo del Toro es una obra cinematográfica

Esta película se convierte en una de las pocas adaptaciones que toman en serio la dimensión humana y filosófica del monstruo de Shelley y la traducen a un cine de gran escala, con actuaciones potentes y una puesta en escena pensada plano a plano.

En un panorama saturado de imágenes ruidosas, esa combinación de fidelidad conceptual, riesgo estético y sensibilidad trágica explica por qué, para muchos espectadores —sobre todo cinéfilos y públicos latinos que siguen la obra de Del Toro—, este Frankenstein se siente menos como un simple “remake” y más como el ajuste de cuentas definitivo con un mito que llevaba casi un siglo mal leído en la pantalla.

La película está disponible en Netflix desde el 7 de noviembre, vale la pena dedicarle de tu tiempo.

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