El streaming nació como promesa de optimización y evolución de la tecnología visual de consumo, un aparato lleno de optimizaciones en la industria del cine y los canales deportivos. Una sola cuota al mes, un catálogo amplio, ausencia de anuncios, control sobre lo que se ve y cuándo se ve. Durante algunos años esa sensación se sostuvo. Bastaba con tener una cuenta en una sola plataforma para sentir que se participaba del centro de la cultura audiovisual contemporánea.
Esa etapa pertenece a un pasado que se siente muy lejano. Hoy la experiencia cotidiana es un sufrimiento, tal cual.
El streaming de hoy es un insulto

Varias suscripciones activas, precios que suben, contenidos que desaparecen o migran, deportes repartidos entre servicios que no dialogan entre sí, anuncios que reaparecen en planes de pago, interfaces pesadas y subtítulos que fallan. Todo es un absoluto caos, prueba del modelo económico global, preocupado única y exclusivamente en enriquecerse a costa de sus consumidores. A estas alturas, el cansancio del usuario tiene una base concreta y medible. Al mismo tiempo, las cifras del sector muestran un negocio en expansión. Esa tensión define el momento actual.
El mercado global de video en streaming alcanzó alrededor de seiscientos setenta mil millones de dólares en 2024 y los análisis de proyección sitúan ese volumen por encima de los dos billones y medio hacia comienzos de la próxima década. Las grandes compañías cuentan una historia de crecimiento, inversión y consolidación. El espectador, en cambio, vive una realidad marcada por la fragmentación y la sensación de estar pagando varias veces por un acceso incompleto. Hablando sin filtros, el consumidor está siendo estafado.
Promesas vacías: el streaming de solución a dispersión
La idea original se apoyaba en una premisa clara; un único pago mensual ofrecía acceso casi total a series, películas y documentales que antes se encontraban desperdigados entre el cable, el cine y la descarga. Cuando los grandes estudios decidieron reservar sus catálogos para sí mismos, el tablero se partió. Disney retiró contenido de terceros y levantó su propia plataforma. Warner reorganizó toda su producción alrededor de HBO Max y luego de Max. Paramount, NBCUniversal y otros grupos siguieron la misma ruta.
El efecto práctico para el usuario resulta evidente. Una parte de una saga se aloja en una plataforma, otra parte se encuentra en otra, algunos títulos entran y salen según acuerdos de ventana que cambian según país. En regiones como América Latina y España, los hogares conectados ya manejan en promedio más de dos plataformas de suscripción y aun así muchos usuarios expresan que no localizan la obra concreta que buscan entre los servicios que pagan. Lo que está en un país no está en otro, y resulta vomitivo toda la voltereta a realizar para ver una simple película, en muchos casos.
Pero esta malograda dispersión no se limita al cine y las series. No, hay una esfera que lo hace todavía peor, lo cual parecería imposible. El deporte llevó esa lógica mucho más lejos.
El deporte como campo de experimentación del caos del streaming
El fútbol y otros deportes de alta audiencia se han convertido en uno de los motores financieros centrales del ecosistema audiovisual. El valor global de los derechos de medios deportivos rondaba los cincuenta y seis mil millones de dólares en 2023 y se acercó a los sesenta mil millones en 2024, con una curva ascendente sostenida. En paralelo, cada liga, federación o torneo vende sus derechos por paquetes que se reparten entre distintas empresas en función del territorio, la lengua y el formato.
Para el aficionado esto se traduce en una experiencia rota. Un torneo nacional en una plataforma. La Champions en otra o en varios (te ofrecen los partidos un día y si el equipo por el que hinchas juega al día siguiente, no lo ves, aunque estas pagando). Tenemos a las ligas europeas distribuidas entre dos o tres servicios. La NBA ni hablar, regada entre Amazon y Disney (y no ves todos los partidos). La Fórmula 1 requiere un pago dentro del pago (pagas Amazon y luego Fox premium). Algunas copas locales en canales abiertos, otras en aplicaciones de pago complementarias.
En México y buena parte de Latinoamérica, seguir con coherencia la temporada de un deporte implica contratar varios servicios distintos y aceptar que, aun así, algunos partidos quedarán fuera de alcance. Pero peor que esto, es la experiencia. Comentaristas mediocres (no todos, pero muchos) shows banales y sin análisis real, rellenos y anuncios infinitos, retrasos de señal. Es un desastre, y un desastre costoso, sobre pagado, que te vende algo que debiera ser normal como un privilegio.
Y los eventos deportivos notables, los que precisamente nacieron para el pueblo y desde la comunidad, los que se supone representan el orgullo de los países y las masas (mundial de fútbol, Juegos Olímpicos, panamericanos, mundial de atletismo) ahora son invisibles a ojos de un espectador sin recursos, porque ni pagando todos los canales mencionados juntos, están a disposición. En México es todavía peor, y el caso requeriría un artículo aparte. Así de fatal está la industria, desbordada de avaricia y falta de empatía por el cliente, que, al fin de cuentas, es el que paga. Este es uno de esos casos donde no importa si “el cliente siempre tiene la razón” …
Alternativas no convencionales como resultado del abusivo negocio del streaming

La consecuencia se observa en los datos de consumo ilegal. En América Latina, la piratería audiovisual afecta a más de cuatro de cada diez hogares con internet fijo, y el contenido deportivo ocupa un lugar central dentro de ese consumo. Informes recientes señalan que la gran mayoría de los eventos deportivos pirateados en la región corresponden a partidos de fútbol. El sistema oficial, caro y fragmentado, empuja hacia soluciones paralelas que ofrecen algo muy simple que el circuito legal no proporciona de forma razonable continuidad. Facilidad.
Finanzas tensas y giro agresivo de las plataformas
El descontento del usuario convive con otra realidad menos visible. Muchas plataformas crecieron con rapidez en número de suscriptores y, sin embargo, acumularon pérdidas operativas durante años. La apuesta consistía en ganar masa crítica primero y preocuparse por la rentabilidad después. Ese margen de paciencia se agotó. Ahora los accionistas piden beneficios y ajustes.
Disney+ es un caso ilustrativo. Desde su lanzamiento arrastró pérdidas operativas acumuladas superiores a once mil millones de dólares en su división de streaming. Los directivos respondieron con aumentos de precio, reestructuración de catálogos, despidos y la introducción de planes con anuncios. Aun así, la plataforma llegó a perder cientos de miles de suscriptores tras algunas rondas de subida de tarifas y el endurecimiento de las condiciones de uso compartido.
Warner Bros. Discovery siguió un camino similar. Su área de streaming acumuló pérdidas superiores a dos mil millones de dólares en 2022 y sólo comenzó a mostrar beneficios relevantes luego de fusiones internas, recortes de contenidos y cambios en la estrategia global de la compañía.
Paramount+ también atravesó pérdidas abultadas y empezó a registrar beneficios modestos a costa de ajustes dolorosos para el grupo, que cerró 2024 con resultados netos negativos y anuncios de venta de activos y recortes.
Netflix representa la cara rentable del modelo. Sin embargo, incluso allí se observa un giro claro. Después de registrar su primera caída de suscriptores en una década en 2022, la empresa adoptó dos medidas claves. Una fue el combate al uso compartido de cuentas y la otra, el lanzamiento de un plan con anuncios. La combinación de ambas decisiones impulsó de nuevo el crecimiento. En poco tiempo la base de abonados superó los trescientos millones y los ingresos por trimestre se acercan a once mil millones de dólares, ayudados por subidas de precio y por un plan con publicidad que aporta una proporción importante de nuevas altas.
Detrás de cada detalle que irrita al usuario hay un movimiento contable. La limitación de pantallas simultáneas, la subida de tarifas, la aparición de anuncios donde antes no existían, la retirada de series para reducir costes de licencias o impuestos, todo hecho para “ajustar”. Claro, ajustar el bolsillo costa de la persona que simplemente quiere distraerse viendo una serie o película tras llegar del trabajo. El ajuste financiero se resuelve hacia arriba, sobre el cliente, en lugar de resolver el modelo de forma más equilibrada. Esto demuestra la crueldad del sistema y lo poco que importa el beneficio a las personas.
La experiencia streaming del usuario en retroceso

El resultado para quien paga varios servicios se sintetiza de manera muy clara. El coste total aumenta mientras la sensación de control disminuye. El catálogo se acota y se vuelve imprevisible a la vez que la presión sobre el bolsillo crece. El acceso a determinados contenidos deportivos se convierte en un rompecabezas y nunca tienes el rompecabezas completo. La calidad técnica de muchas aplicaciones no acompaña el precio que se cobra y es duro de ver personas sin talento tras la pantalla que representan exactamente lo que es la industria: una pandilla de aprovechados.
La industria global del entretenimiento, por su parte, mantiene una trayectoria de crecimiento. Los informes de consultoras como PwC sitúan los ingresos combinados del sector en torno a los 2.8 billones de dólares en 2023 y proyectan un avance hasta aproximadamente 3.5 billones hacia finales de la década, aunque con un ritmo menos vertiginoso que en años previos. La macroeconomía avanza, la microexperiencia retrocede.
Esta distancia alimenta la sensación de que el espectador se ha convertido en un cliente cautivo. Paga para evitar molestias y barreras, pero esas molestias se multiplican. El valor percibido del servicio empieza a erosionarse.
La piratería como respuesta previsible al streaming defectuoso

En este contexto la piratería deja de ser un residuo del pasado y se convierte en una opción que muchos consumidores contemplan de nuevo. La empresa MUSO estimó más de doscientos dieciséis mil millones de visitas a sitios de piratería en 2024, con un peso muy alto del contenido televisivo y de las producciones ligadas a plataformas de streaming.
Si se compara esa cifra con estimaciones alrededor de ciento treinta mil millones de visitas en 2020, el salto impresiona. La expansión de las plataformas legales no redujo de forma sostenida el consumo ilegal, Al contrario, el auge de la fragmentación y los ajustes agresivos coincidió con un repunte.
En América Latina el fenómeno adquiere rasgos propios. Estudios recientes sitúan la piratería audiovisual por encima del 40% de los hogares con internet fijo, con más de cuarenta millones de hogares implicados. En México, incluso con un porcentaje algo menor, alrededor de un tercio de los hogares conectados recurre a contenidos ilegales, a pesar de que la población destina una fracción importante de su presupuesto al ocio.
La motivación principal no se reduce al deseo de no pagar, aquí interviene otra variable que pesa tanto o más, y es el deseo de tener una experiencia ordenada. El deseo de no sentirse robado. La piratería ofrece algo que el sistema legal se ha negado a brindar de manera razonable; catálogo unificado, estabilidad en los enlaces, ausencia de bloqueos arbitrarios por región, acceso a ligas completas sin saltar de aplicación en aplicación, y todo los demás enredas como principal carta por pagar (a precios nada baratos).
Discurso oficial y realidad cotidiana
La industria insiste en un relato centrado en la idea de que la piratería destruye empleos, frena la inversión y perjudica a los creadores. La afirmación tiene una base real. Sin embargo, esa lectura evita una pregunta incómoda.
¿Qué parte de ese consumo ilegal nace de una decisión puramente oportunista y qué parte nace de un diseño institucional que hace poco por facilitar una alternativa clara, coherente y suficiente?
Y aún desde el oportunismo, la razón para dicho comportamiento se da por sí sola.
Los estudios sobre España y América Latina muestran que hogares con más de dos suscripciones legales acuden a la piratería además de por ahorro económico, porque la obra específica que desean ver no se encuentra disponible en sus plataformas vigentes. La desconexión es profunda. Se paga de manera constante y, aun así, el acceso resulta parcial.
Mientras tanto, la respuesta institucional se concentra en cerrar webs, perseguir redes de IPTV y desarrollar tecnologías de bloqueo. Las raíces del problema, sin embargo, permanecen intactas. El usuario se enfrenta a un sistema que lo obliga a elegir entre sobrepagar por algo incompleto con actores limitados o resignarse a ver menos. Una parte de la audiencia toma un camino intermedio y normaliza el uso de sitios ilegales como complemento de su paquete legal.
Posibles salidas para un modelo agotado
Ninguna industria resiste indefinidamente una brecha tan evidente entre beneficio global y frustración de sus clientes. Es probable que se produzca alguna forma de corrección. O eso esperamos los que sufrimos este atroz atropello mercantilista. Pueden perfilarse varios escenarios.
Algunas plataformas se fusionarán o serán absorbidas por grupos mayores, lo que concentrará de nuevo catálogos y reducirá el número de aplicaciones necesarias para acceder a un volumen razonable de contenido. Algunas empresas tecnológicas intentarán transformar sus dispositivos o sistemas operativos en agregadores de suscripciones que unifiquen la experiencia bajo una sola interfaz, aunque el pago se reparta entre proveedores. Algunos gobiernos explorarán regulaciones más estrictas sobre determinados eventos deportivos para garantizar un acceso más amplio, sobre todo en competiciones de interés general, cosa que no ha pasado, pero se espera en algún momento.
La salida más sólida, sin embargo, pasa por un ajuste de fondo. Catálogos menos dispersos, estructuras de precio que no penalicen al usuario que desea una experiencia completa, reducción de barreras artificiales, mejora real de interfaces y servicio técnico apropiado. La única defensa eficaz contra la piratería masiva sigue siendo la misma que funcionó en los primeros años del streaming y se basaba en un producto que resulte sensato frente a las alternativas informales.
La situación actual se explica por el modo en que se ordenó el acceso a la cultura audiovisual. El modelo extendido de plataformas que se superponen, derechos que se trocean y tarifas que crecen empuja a una parte de la población hacia un circuito paralelo que, aunque irregular y vulnerable, ofrece una experiencia sorprendentemente directa.
El conflicto no se juega solo en términos legales. Está en la vida diaria de quien enciende la pantalla, revisa su lista de suscripciones y comprende que, con todo lo que paga, todavía le falta la sensación de estar viendo un sistema pensado para la persona y no contra la persona.
Mira más contenido de la plataforma Fdh en youtube aquí en Fdh Canal

Excelente contenido
Completamente de acuerdo y es una realidad la piratería
Bendiciones
Pingback: Netflix compra Warner Bros por más de 80 mil millones de dólares - fdhjournal.com